Mientras vivía en Italia descubrí o me di cuenta que el sueño de mi vida era escribir. Así que comencé a trabajar hacia eso. Comencé a estudiar informalmente, a leer libros sobre técnicas de escritura, etc. Tengo montones de libretas llenas de pedacitos: ideas, poemas, meditaciones, “prompts” (inicios), entre otras cosas.
Entré en la universidad hace cinco años para recibir una educación formal y para mi sorpresa resulté ser mejor estudiante de lo fui en mi juventud. Desde mi primer semestre de clases, tanto en español como en inglés, comenzaron a guiarme hacia la escritura de cuentos y de ensayos. Fue el taller de español lo que despertó la cuentista en mí. Todavía se me hace difícil seguir la estructura del mismo: el cuento se escribe en función del final, pero yo no sé nunca como van a terminar mis cuentos.
Empiezo con una idea, con esa chispa creadora que enciende mi cerebro y me impulsa a poner por escrito el río que se desborda desde mi cabeza y que pide a gritos ser canalizado a través del papel. Sigo escribiendo, escribiendo todo lo que viene a mi mente, tejiendo la historia como un suéter y, al igual que con mis tejidos, sufro al llegar a las terminaciones. No sé como voy a terminar. ¿Cómo termina? A veces, en mis mejores cuentos me llega una idea sobre el final, que me enamora, como un par de zapatos en una vitrina, que me llaman y los imagino puestos, pienso que con tal o cual pieza de ropa van de maravilla. Así, la mayoría de mis finales flirtean conmigo desde mi propia cabeza y acaban seduciéndome con sus encantos.
Una vez llega la idea comienzo a escribir hacia ese final, acomodando las piezas de ese rompecabezas (no existe palabra mejor para describir el proceso), era eso que me faltaba y todo adquiere sentido. Todo el que ha montado rompecabezas sabe que esas piezas finales son las más fáciles de acomodar. Ya falta tan poco que resulta sumamente fácil saber donde va cada pieza. Así con mis finales. No podrían terminar de otra manera. (puedes leerlo en el archivo del 2010)
Lo más interesante de escribir es cuando mis propios escritos me tocan. Cuando vuelvo a leer mis historias y digo: “Wow” ¿yo escribí eso? O cuando se me hace un nudo en la garganta, como me sucede con Margarita que hasta ahora no he podido leerlo sin llorar al final. Esa frase final me llegó casi cuando estaba por terminar y es, definitivamente, el cierre perfecto, el resumen, la explicación de lo que sucedió durante toda la historia.
Pero yo no sabía eso cuando comencé a escribir. Así que me debato entre si soy loca, anormal o tengo una mente brillante con la capacidad de escribir de manera cautivadora, aun cuando no sigo los patrones establecidos. Aunque no siempre sucede eso. Tengo muchísimos cuentos y siguen a mitad porque no tengo idea de cómo terminarlos. Pienso en los otros finales, que han sido tan buenos, y no puedo hacer menos con estos. Después de todo, quizá no soy una genio. Soy una escritora normal y corriente que tiene que romperse la cabeza (ven que esa era la palabra), para lograr escribir cosas buenas, convincentes y dignas de leerse.
Finales, terminaciones, esto ha sido mi “handycap” durante toda mi vida. Me emociona comenzar algo nuevo. Ese escalofrío que te recorre el cuerpo cuando el genio creador, parte de la imagen de Dios en nosotros los seres humanos, se enciende y nos impele a nosotros los artistas, a comenzar una obra, a crear algo nunca antes hecho, nuevo, particular, diferente, hermoso, y agradable. Tanto que habrá personas que pagarán por ver, escuchar o adquirir nuestra creación.
Una vez he pasado la fase del inicio, si no me llega ese final con bombos y platillos, lo dejo, abandono la historia a su suerte. Dejo que navegue sola entre las páginas de los cuadernos apilados en mi cuarto o entre los giga bites de mi computadora. Pero ellas, mis historias, al igual que niños recién nacidos, necesitan de sus padres para sustentarlos. Sin mi no son nada, mueren, se marchitan y pasan a ser como abortos: niños que nunca nacieron.
Escribir o no escribir no es el dilema. Llevo la escritura en mis venas, es una fuerza que me da energías, me da vida, ganas de seguir creando. El dilema es cómo, cuándo, para qué, cuál es su propósito. Mientras esa iluminación me llega, seguiré aquí, deslizando mi pluma sobre páginas en blanco o haciendo bailar mis dedos sobre el teclado de una computadora, vertiendo el chorro que salta desde mi cabeza. El cómo, el cuándo y el para qué, ya llegarán. Mientras tanto, seguiré escribiendo.