El año pasado tuve la oportunidad de asistir a la presentación de un libro editado por mi profesora de inglés. Son una serie de ensayos de diferentes autores con temas pertenecientes a la diáspora puertorriqueña. Fui a la actividad por varias razones: me encantan las presentaciones de libros (algún día mis amigos irán a las mías), me cae bien la profesora y quise acompañarla en un momento especial para la vida de cualquier escritor o editor que consigue recoger con mucho esfuerzo su material y logra ser publicado. No me equivoqué en mi decisión de ir, ya que la totalidad de la actividad me sirvió de inspiración.
La actividad se celebró en la Librería La Tertulia. Ya ese ambiente de librería, que es sagrado para mí, sirvió de alimento para mi hambrienta alma de escritora. Estar allí sentada, era como estar en una galería de arte: miraba los libros, leía sus títulos, me inspiraba con solo leerlos.
Es difícil poder explicar, y sobre todo entenderlo para aquellos que no son artistas, el extraño proceso de la inspiración. A veces es una frase, otras veces una imagen, un comentario, un incidente trivial de la vida diaria, una noticia en la radio y a veces un pensamiento que te llega, sin saber de donde o por que y se estaciona en la mente hasta que decides montarlo y echarlo a correr.
Escuchar sobre el proceso de edición, sobre los procesos de vida que llevaron a la Dra. Carmen Haydee Rivera Vega a interesarse por su tema de trabajo, aquello que la apasiona, que la mueve, ver a la gente que la admira y la apoya, fue una inspiración en sí mismo, ya que ese proceso que es escribir, aunque se dé en solitario, no es un camino que los escritores recorramos solos. Es necesario el apoyo, la crítica, la paciencia de aquellos a los que les robamos tiempo y la tolerancia que aquellos que tienen que sufrir nuestra ausencia, para lograr el producto final de nuestra empresa: un libro.
Al pasear por la librería, mientras la profesora firmaba los libros a aquellos que solicitaban su autógrafo, leía títulos, examinaba algunas reseñas en las contraportadas y me paré a examinar las fotos de algunos de los dioses de aquel santuario: Borges, Neruda, García Márquez y Cortazar. Era un viaje a través del tiempo: aquel pasado en el que otros ya escribieron y fueron leídos, el futuro en el que sueño ver mis libros en aquellos estantes y el presente, en el que Rivera Vega presenta su libro y yo sueño con mi propia presentación.
No me equivoqué en ir. No escribía nada hacía dos meses, nada bueno al menos… y de repente, allí, parada en medio de aquel templo al libro, al escritor y al intelecto, el río comenzó a fluir. Ese extraño proceso, tan difícil por no decir imposible de describir, comenzó a darse. Como cada vez que Calíope o Erato me visitan, en mi mente comenzaron a correr las palabras, las frases, las oraciones, los conceptos, comenzaron a formase ideas que pedían a gritos ser puestas sobre papel.
Al día siguiente, sentada en un Starbuck cualquiera, tomé mi libreta y comencé a escribir. Al releer lo escrito supe que mi musa no me había abandonado, solo estaba dormida en un rincón, esperando ser despertada y fue la presentación, la narración del proceso y la visita a aquel templo del libro lo que susurró en su oído: Despierta, mi bien, despierta…
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